LA
VIRTUD DE LA EJEMPLARIDAD
Por
RICHARD
PACARD
Atrás
quedan aquellos tiempos en las que el rey asumía el poder de forma
plena y absoluta, el monarca era el estado configurándolo de manera
personalizada, su voluntad era la ley y este la simbolizaba o
representaba. Más la historia se va abriendo paso hacia un proceso
imparable donde la sociedad se va haciendo más compleja; el monarca
va perdiendo en el camino funciones que antes poseía la misma
institución monárquica. El poder se va disolviendo y este da paso
aún poder neutro, donde protagoniza el papel de ser el conciliador o
arbitro del régimen democrático; la corona es el símbolo de la
estabilidad de un determinado régimen político, de hecho, esta por
encima de partidos políticos e ideologías, más su superioridad la
sigue basando en los vínculos de sangre azul, en los apellidos
grandilocuentes y en todo el lujo mayestático que encarna la
historia; su orgullo debe su origen a que la clase política es
plebeya, nombrados por el pueblo y elegidos por una sociedad a la que
consideran plebeya. Pero el monarca -a pesar de su perdida de poder-
lo sigue nombrando la historia, de ahí su pretendida soberbia
aristocrática, la cual les hacen creer que aún tienen derecho a
prevaricar, defraudar a hacienda, o cualquier otro negocio de forma
fraudulenta e ilegal. Aún se creen superiores al resto de la
sociedad. En realidad son reliquias del pasado que se han insertado
en el sistema constitucional para poder sobrevivir.
El
monarca es constitucionalmente neutro, ya que no tiene capacidad
ninguna de efectividad política o de gobierno; nuestro régimen
político se basa en el talante personal del rey, pero en ningún
momento de su trabajo o de su labor al frente de los asuntos
públicos. Es una figura decorativa.
En
muchas ocasiones los monarcas tienen como obstáculo la religión
para contraer matrimonio, pero para la aristocracia esto no conlleva
ningún problema, puesto que su único objetivo es la persecución de
obtener un trono, basta en cambiar la religión, para que dicho
matrimonio se efectúe. En su código de conducta prevalece el
interés dinástico por encima de la fe religiosa, burlándose de
esta forma de los principios morales y éticos, donde los intereses y
las conveniencias materiales son superiores a las creencias. Es como
si se burlasen de Dios al que algunos dicen profesar. Luego debemos
asegurar que su fe no es autentica, ya que solamente profesan una
determinada creencia bien por que se la han inculcado, o bien por
tradición u etiqueta-es decir, por que es lo establecido
socialmente- entre la aristocracia palaciega. Para ellos la religión
es como una moda, como un abrigo de visón, que hoy se pone y mañana
se quita.
Más
no cabe ninguna duda que la monarquía tiene un elemento, que le es
característico, de continuidad del presente sistema político, pero
dado que la corrupción ha llegado al mismo trono, que existen al
mismo tiempo signos de fragmentación nacional (el proceso
secesionista de Cataluña) y otros asuntos actuales; la monarquía ha
roto con la virtud de ejemplaridad, poniendo al mismo trono en
peligro. El monarca ya no esta por encima del devenir político, ni
al margen de la lucha partidista, puesto que es parte, ya que lucha
por sus intereses macroeconómicos. Ya que forma parte del mismo
sistema corrupto y fragmentador, formando una sociedad inorgánica y
debilitada, ahora es posible todo elemento perturbador de la
sociedad. No hay un limite ético ni moral, luego todo es posible. El
rey ha dejado de ser neutro para ser parte en los asuntos de interés
de clase. El rey ha dejado de ser arbitro y moderador.
Es
importante que la máxima institución de una nación como lo es la
corona, pierda en el devenir de la historia, la virtud de la
ejemplaridad y por lo tanto la confianza en la persona del rey, que
también puede afectar no solamente a las personas e individuos de
una dinastía, sino también a la misma institución. Igual que el
régimen democrático descansa en un elemento tan subjetivo como la
confianza; la monarquía al basarse en el talante del rey, se trueca
débil, ya que cualquier evento o acontecimiento puede erosionar el
afecto hacia la corona, como el talante y la confianza entran en el
terreno de lo sentimental, los pueblos pueden trocar -de hecho así
ha ocurrido a lo largo de la historia- tales formas de sentir, de
modo que aquellos antiguos afectos y sentimientos se transforman en
grandes odios, como si de un enamorado despechado y defraudado se
tratase. Y una vez que esto sucede el advenimiento de la república
esta servida.
La
pregunta que nos hacemos seria entonces: ¿Cual es la forma de estado
más perfecta? O dicho de otra manera ¿cual es la forma de estado
que se inclina más a propósito para la consecución del bien común
y de la justicia? No hay forma perfecta de estado, todas tienen sus
inconvenientes, pero todas tienen sus virtudes. La monarquía guiada
por un rey, el cual tenga como único objetivo el interés general y
la felicidad de su pueblo, trabaje y labore para hacer de la política
un servicio a la comunidad nacional, entonces se habrá ganado el
amor y la empatia de la sociedad civil. Y sobre todo y por encima de
todo, no se podría ver incurso en procesos de corrupción de
cualquier tipo, ni mucho menos se le ha de contar con meretrices,
cortesanas o demás amantes. Esto todo empobrece a la casa real y a
la institución que representan. El buen gobernante,
independientemente de la forma de estado que la nación se haya dado
a sí misma, ha de poseer en su acervo, templanza, gran capacidad de
trabajo, y experiencia que lógicamente le irán proporcionando los
años. Lo malo de la monarquía es su carácter aristocrático y
arraigado en una educación elitista, defensora de un interés de
clase, ello lo convierte en algo desfasado en el tiempo, con el rumbo
que ha tomado la evolución histórica de igualación y
democratización en todas las áreas de la vida. El futuro no sera
monárquico ni aristocrático, sera republicano.
Para
nosotros la forma que más se presta a la justicia y al interés
general es la república. La virtud republicana toma muchos aspectos
y características de la monarquía, pero desecha muchas otras por
verlas desfasadas y fuera de época o de contexto histórico.
El
vocablo (República) hunde sus raíces en el latín (Res-Publica =
cosa publica) es decir, cosa publica, o de todo aquel que ejerce que
sirve y defiende los valores de una determinada comunidad. La
república representa la colectividad. Y la mejor forma republicana
es la presidencialista, donde el magistrado es a la vez presidente
del gobierno y jefe de estado, además de comandante en jefe de las
fuerzas armadas. El magistrado asume de esta manera todos los poderes
y es elegido cada cinco años sin limitación alguna en su
reelección, con ello se consigue una cierta estabilidad en la vida
política, y solamente bajo ciertos parámetros de excepcionalidad,
como la falta de confianza en la persona de la más alta magistratura
del estado, podrá poner su cargo a disposición del pueblo. Aunque
esto funcionara siempre y cuando la república no sea burguesa, como
lo fue en su día la segunda república española de 1931. ¿De que
nos serviría en estos momentos de fragmentación secesionista en
Cataluña, o en la desestabilización nacional que existe en España,
proclamar una república como forma de estado, si esta heredaría
todos los vicios de la fragmentación que ya tiene en su seno la
monarquía parlamentaria? Seria como si engendrase en su seno la
muerte antes de nacer. La forma de estado por si misma no soluciona
los problemas, más si tenemos en cuenta que todos los males que
padecemos los españoles están originados por una democracia
burguesa y liberal, hasta que superemos el sistema demoliberal no
serán solucionables ningún problema actual. Por otro lado, el
magistrado para acceder a la presidencia ha de ser mayor de cincuenta
años y no dejar la república en manos de gente inexperta y falta de
principios morales y éticos.
La
conducta de la más alta representación de la nación ha de ser
intachable, impoluta e incorruptible, no tenemos más que fijarnos en
el modelo representativo que ejerce la imagen de Donald Tramp y darle
la vuelta como si de un calcetín se tratase y obtendrás la
antítesis del
mal
gobernante, es decir, todo lo contrario de lo que simboliza Donald
Tramp. Este es de lo más antipolítico. Carece totalmente de ideas
políticas, de principios, de inteligencia y de comprensión de las
situaciones. Es de lo más simplista que hay en el planeta. Actúa
arbitrariamente, habla por capricho sin pensar en las consecuencias
que ello puede provocar, un personaje así, en Europa seria
inadmisible que se presentase a las elecciones, mucho menos que fuera
elegido presidente de cualquier nación europea, su formación
desaparecería del mapa político por falta de seguimiento. Donald
Tramp es el ejemplo y la antítesis de todo lo que representa la
ciencia política y de todo lo bueno que debe tener un hombre de
estado. ¡Si esto es lo mejor que puede presentar el capitalismo!
Evidentemente, el capitalismo tiene los días contados.
BIBLIOGRAFIA:
RECOMENDAMOS:
1.
Perez Serrano, N.: Tratado de derecho político. Madrid. 1978.
2.
Loewenstein, C.: Teoría de la constitución. Barcelona. 1976.
3.
Torres del Moral, A.: Naturaleza jurídica de los reglamentos
parlamentarios. Rev. De la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense, n.º 10. monográfico. 1986.
4.
Miguel Ángel Revilla. Sin censura. 2018. Espasa Libros, S.L. V.
Avda. Diagonal, 662-664. 0834. Barcelona. Capítulo 13. un peligro
llamado Trump.
*
Por la nazionalización del sector electrico.
*
Los pensionistas son el único colectivo que estan demostrando lo que
es la lucha política por nuestros derechos. Una lucha permanente
hasta alcanzar nuestros últimos objetivos: pensiones dignas y
blindadas constitucionalmente y que no dependa del gobierno de turno.
¡Adelante, siempre adelante!