viernes, 28 de septiembre de 2018

LA VIRTUD DE LA EJEMPLARIDAD

LA VIRTUD DE LA EJEMPLARIDAD

Por

RICHARD PACARD

Atrás quedan aquellos tiempos en las que el rey asumía el poder de forma plena y absoluta, el monarca era el estado configurándolo de manera personalizada, su voluntad era la ley y este la simbolizaba o representaba. Más la historia se va abriendo paso hacia un proceso imparable donde la sociedad se va haciendo más compleja; el monarca va perdiendo en el camino funciones que antes poseía la misma institución monárquica. El poder se va disolviendo y este da paso aún poder neutro, donde protagoniza el papel de ser el conciliador o arbitro del régimen democrático; la corona es el símbolo de la estabilidad de un determinado régimen político, de hecho, esta por encima de partidos políticos e ideologías, más su superioridad la sigue basando en los vínculos de sangre azul, en los apellidos grandilocuentes y en todo el lujo mayestático que encarna la historia; su orgullo debe su origen a que la clase política es plebeya, nombrados por el pueblo y elegidos por una sociedad a la que consideran plebeya. Pero el monarca -a pesar de su perdida de poder- lo sigue nombrando la historia, de ahí su pretendida soberbia aristocrática, la cual les hacen creer que aún tienen derecho a prevaricar, defraudar a hacienda, o cualquier otro negocio de forma fraudulenta e ilegal. Aún se creen superiores al resto de la sociedad. En realidad son reliquias del pasado que se han insertado en el sistema constitucional para poder sobrevivir.

El monarca es constitucionalmente neutro, ya que no tiene capacidad ninguna de efectividad política o de gobierno; nuestro régimen político se basa en el talante personal del rey, pero en ningún momento de su trabajo o de su labor al frente de los asuntos públicos. Es una figura decorativa.

En muchas ocasiones los monarcas tienen como obstáculo la religión para contraer matrimonio, pero para la aristocracia esto no conlleva ningún problema, puesto que su único objetivo es la persecución de obtener un trono, basta en cambiar la religión, para que dicho matrimonio se efectúe. En su código de conducta prevalece el interés dinástico por encima de la fe religiosa, burlándose de esta forma de los principios morales y éticos, donde los intereses y las conveniencias materiales son superiores a las creencias. Es como si se burlasen de Dios al que algunos dicen profesar. Luego debemos asegurar que su fe no es autentica, ya que solamente profesan una determinada creencia bien por que se la han inculcado, o bien por tradición u etiqueta-es decir, por que es lo establecido socialmente- entre la aristocracia palaciega. Para ellos la religión es como una moda, como un abrigo de visón, que hoy se pone y mañana se quita.

Más no cabe ninguna duda que la monarquía tiene un elemento, que le es característico, de continuidad del presente sistema político, pero dado que la corrupción ha llegado al mismo trono, que existen al mismo tiempo signos de fragmentación nacional (el proceso secesionista de Cataluña) y otros asuntos actuales; la monarquía ha roto con la virtud de ejemplaridad, poniendo al mismo trono en peligro. El monarca ya no esta por encima del devenir político, ni al margen de la lucha partidista, puesto que es parte, ya que lucha por sus intereses macroeconómicos. Ya que forma parte del mismo sistema corrupto y fragmentador, formando una sociedad inorgánica y debilitada, ahora es posible todo elemento perturbador de la sociedad. No hay un limite ético ni moral, luego todo es posible. El rey ha dejado de ser neutro para ser parte en los asuntos de interés de clase. El rey ha dejado de ser arbitro y moderador.

Es importante que la máxima institución de una nación como lo es la corona, pierda en el devenir de la historia, la virtud de la ejemplaridad y por lo tanto la confianza en la persona del rey, que también puede afectar no solamente a las personas e individuos de una dinastía, sino también a la misma institución. Igual que el régimen democrático descansa en un elemento tan subjetivo como la confianza; la monarquía al basarse en el talante del rey, se trueca débil, ya que cualquier evento o acontecimiento puede erosionar el afecto hacia la corona, como el talante y la confianza entran en el terreno de lo sentimental, los pueblos pueden trocar -de hecho así ha ocurrido a lo largo de la historia- tales formas de sentir, de modo que aquellos antiguos afectos y sentimientos se transforman en grandes odios, como si de un enamorado despechado y defraudado se tratase. Y una vez que esto sucede el advenimiento de la república esta servida.

La pregunta que nos hacemos seria entonces: ¿Cual es la forma de estado más perfecta? O dicho de otra manera ¿cual es la forma de estado que se inclina más a propósito para la consecución del bien común y de la justicia? No hay forma perfecta de estado, todas tienen sus inconvenientes, pero todas tienen sus virtudes. La monarquía guiada por un rey, el cual tenga como único objetivo el interés general y la felicidad de su pueblo, trabaje y labore para hacer de la política un servicio a la comunidad nacional, entonces se habrá ganado el amor y la empatia de la sociedad civil. Y sobre todo y por encima de todo, no se podría ver incurso en procesos de corrupción de cualquier tipo, ni mucho menos se le ha de contar con meretrices, cortesanas o demás amantes. Esto todo empobrece a la casa real y a la institución que representan. El buen gobernante, independientemente de la forma de estado que la nación se haya dado a sí misma, ha de poseer en su acervo, templanza, gran capacidad de trabajo, y experiencia que lógicamente le irán proporcionando los años. Lo malo de la monarquía es su carácter aristocrático y arraigado en una educación elitista, defensora de un interés de clase, ello lo convierte en algo desfasado en el tiempo, con el rumbo que ha tomado la evolución histórica de igualación y democratización en todas las áreas de la vida. El futuro no sera monárquico ni aristocrático, sera republicano.

Para nosotros la forma que más se presta a la justicia y al interés general es la república. La virtud republicana toma muchos aspectos y características de la monarquía, pero desecha muchas otras por verlas desfasadas y fuera de época o de contexto histórico.

El vocablo (República) hunde sus raíces en el latín (Res-Publica = cosa publica) es decir, cosa publica, o de todo aquel que ejerce que sirve y defiende los valores de una determinada comunidad. La república representa la colectividad. Y la mejor forma republicana es la presidencialista, donde el magistrado es a la vez presidente del gobierno y jefe de estado, además de comandante en jefe de las fuerzas armadas. El magistrado asume de esta manera todos los poderes y es elegido cada cinco años sin limitación alguna en su reelección, con ello se consigue una cierta estabilidad en la vida política, y solamente bajo ciertos parámetros de excepcionalidad, como la falta de confianza en la persona de la más alta magistratura del estado, podrá poner su cargo a disposición del pueblo. Aunque esto funcionara siempre y cuando la república no sea burguesa, como lo fue en su día la segunda república española de 1931. ¿De que nos serviría en estos momentos de fragmentación secesionista en Cataluña, o en la desestabilización nacional que existe en España, proclamar una república como forma de estado, si esta heredaría todos los vicios de la fragmentación que ya tiene en su seno la monarquía parlamentaria? Seria como si engendrase en su seno la muerte antes de nacer. La forma de estado por si misma no soluciona los problemas, más si tenemos en cuenta que todos los males que padecemos los españoles están originados por una democracia burguesa y liberal, hasta que superemos el sistema demoliberal no serán solucionables ningún problema actual. Por otro lado, el magistrado para acceder a la presidencia ha de ser mayor de cincuenta años y no dejar la república en manos de gente inexperta y falta de principios morales y éticos.

La conducta de la más alta representación de la nación ha de ser intachable, impoluta e incorruptible, no tenemos más que fijarnos en el modelo representativo que ejerce la imagen de Donald Tramp y darle la vuelta como si de un calcetín se tratase y obtendrás la antítesis del
mal gobernante, es decir, todo lo contrario de lo que simboliza Donald Tramp. Este es de lo más antipolítico. Carece totalmente de ideas políticas, de principios, de inteligencia y de comprensión de las situaciones. Es de lo más simplista que hay en el planeta. Actúa arbitrariamente, habla por capricho sin pensar en las consecuencias que ello puede provocar, un personaje así, en Europa seria inadmisible que se presentase a las elecciones, mucho menos que fuera elegido presidente de cualquier nación europea, su formación desaparecería del mapa político por falta de seguimiento. Donald Tramp es el ejemplo y la antítesis de todo lo que representa la ciencia política y de todo lo bueno que debe tener un hombre de estado. ¡Si esto es lo mejor que puede presentar el capitalismo! Evidentemente, el capitalismo tiene los días contados.

BIBLIOGRAFIA: RECOMENDAMOS:

1. Perez Serrano, N.: Tratado de derecho político. Madrid. 1978.
2. Loewenstein, C.: Teoría de la constitución. Barcelona. 1976.
3. Torres del Moral, A.: Naturaleza jurídica de los reglamentos parlamentarios. Rev. De la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n.º 10. monográfico. 1986.
4. Miguel Ángel Revilla. Sin censura. 2018. Espasa Libros, S.L. V. Avda. Diagonal, 662-664. 0834. Barcelona. Capítulo 13. un peligro llamado Trump.

* Por la nazionalización del sector electrico.

* Los pensionistas son el único colectivo que estan demostrando lo que es la lucha política por nuestros derechos. Una lucha permanente hasta alcanzar nuestros últimos objetivos: pensiones dignas y blindadas constitucionalmente y que no dependa del gobierno de turno. ¡Adelante, siempre adelante!